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Calas de Almería, de San Miguel de Cabo de Gata a Vela blanca

Empezamos esta primera ruta en la barriada de San Miguel de Cabo de Gata, saliendo entre el curioso cementerio y la Torre de San Miguel, con su pequeña muralla alrededor, y circulamos paralelos a la enorme y recta playa. A 3,3 kilómetros, a la izquierda, veremos el camino señalizado que entra al observatorio de aves, sobre los charcones de Las Salinas. Una visita que merece la pena, por la variedad y densidad de aves que tendremos a la vista.

Poco más adelante pasamos por Las Salinas, con sus blancos montones de sal y su picuda iglesia.

Continuamos por la barriada de La Almadraba, siempre siguiendo la enorme playa, y, a unos 6 kilómetros, encontramos la pequeña aldea de La Fabriquilla. Su playa continúa después de acabar las edificaciones hasta chocar en una zona rocosa, que tiene un búnker en la parte alta. Esa zona final de la playa de La Fabriquilla es un buen lugar para el baño, tranquilo y con sitio donde dejar los vehículos. Al otro lado de la roca, hay un pequeño tramo de playa, al pie de las negras y rojizas paredes rocosas, al que es difícil acceder, si no es por mar.

Advertencia. En toda esta ruta, como en todo el Parque Natural, está prohibida la pesca submarina. Se puede pescar con caña y bucear con botellas, con permiso específico; excepto en la parte del Arrecife de las Sirenas que está en zona de reserva integral.

Fotos: Iglesia de Las Salinas con barcas ©MS
   

Volvemos a la carretera que viene de San Miguel de Cabo de Gata y tomamos hacia la derecha, para subir por la falda del cerro de San Miguel, pasando por la misma cabeza de “el durmiente”, que veía el poeta José Ángel Valente y reflejaba en sus versos.
A menos de 2 kilómetros, la carretera se hace estrecha y sinuosa.

Advertencia. En verano o Semana Santa, suelen montarse unos buenos atascos en este tramo de carretera, porque hay zonas donde sólo cabe un coche, y cuando la afluencia es masiva, los apartaderos son insuficientes, sobre todo cuando se meten autocaravanas y furgonetas grandes; por lo que se aconseja no atravesar este tramo con vehículos grandes, especialmente en temporada alta.

Tras esta bonita, angosta y empinada carretera, encontramos uno de los paisajes más bellos de Almería: el faro de Cabo de Gata con la Playa del Corralete a sus pies. Poco después, la carretera empieza a bajar y vuelve a ensancharse. Cuando llevamos recorridos 8,7 kilómetros, ya muy cerca del faro, tomamos una carreterilla a la derecha, que va entre varios chalets y la costa. Enseguida encontramos, a la izquierda, una explanada que hay sobre la Playa del Corralete, donde podemos dejar el coche. La playa está a poco más de 100 metros, es amplia y arenosa con algunas zonas de piedras entre medias, en su lado derecho. En el lado izquierdo tiene una amplia zona de piedras rojizas, más incómoda para el baño. El Corralete es la cala más grande de esta zona y tiene una bonita vista del faro, sobreelevado sobre la Punta del Cuchillo, en su lado izquierdo.

   

Naufragio. En 1777, chocaba con la Laja del cabo, el pinque napolitano “San Francisco de Paula”, hundiéndose ante el castillo del mismo nombre. La tripulación compuesta por 19 hombres logró salvarse y llegar a la playa del Corralete.


Salimos del Corralete hacia la derecha y vamos a parar, muy cerca, en el aparcamiento que hay justo debajo del faro. Allí está el Mirador de Las Sirenas, con una preciosa vista de los arrecifes del mismo nombre, compuestos de numerosos escollos volcánicos que afloran sobre el agua. Entre ellos, antiguamente, vivían colonias de foca monje que, confundidas con sirenas por la desbordante imaginación popular, dieron nombre a los arrecifes. Detrás de los arrecifes se puede observar Punta Baja, que es la parte más saliente del Cabo de Gata.

El faro está vallado y no es visitable, pero pueden hacerse buenas fotos desde su base y los alrededores.

 

Fotos:
Playa del Corralete y faro de Cabo de Gata © MS
Raíles en la cala que se utiliza de embarcadero © MS

   

Un poco de historia. El faro de Cabo de Gata está construido sobre la plataforma del antiguo Fuerte de San Francisco de Paula, que a su vez se asentaba en la Punta del Cuchillo.
El fuerte de San Francisco se construyó en 1738. Para proteger las obras se trasladaron a las inmediaciones dos cañones, debido a la presencia continua de piratas. En 1740 se dotó de una guarnición con un sargento y 8 soldados. El fuerte tuvo muchos problemas de dotación, las continuas deserciones y la falta de presupuesto fueron constantes hasta la segunda mitad del siglo XVIII. En 1758 estaba habitado por un alférez, un sargento, 10 soldados y un guarda almacén, y estaba dotado con cuatro cañones.

En 1797, naufragó ante el fuerte un barco mítico español procedente de Alhucemas, que se dirigía a Melilla a conducir al príncipe, hermano del rey de Marruecos. Una comitiva de Almería vino hasta el fuerte para comprobar la salud de los náufragos y llevó a Almería al Infante Muley Acelema, con su séquito, dándole grata acogida y alojamiento. Lo más curioso fue el rifirrafe que se vivió entre el rey Carlos IV y el Ayuntamiento de Almería, para decidir quién pagaba los gastos de la inesperada visita.

Tras la guerra de la Independencia el fuerte quedó inútil, porque los franceses se llevaron los cañones de bronce que tenía, dejando los de hierro que no servían para nada.
En 1863 se levantó sobre la misma batería circular del fuerte, el faro del Cabo de Gata; construyéndose también viviendas para los torreros sobre la plataforma, variando su estructura original. Desde entonces ha funcionado dicho faro, tomando el protagonismo del carismático lugar, siendo de mucha utilidad a los navegantes; pero relegando al olvido a su antecesor: el fuerte de San Francisco de Paula.


Fotos: Cala de Las Sirenas © MS

Continuamos andando por un camino que sale al pie del faro, al lado del Punto de Información, paralelo a la costa. Pasamos junto a un par de chalets y vamos a encontrar una calilla que hace de embarcadero para los navegantes de los alrededores. La estrecha cala, con piso de piedras entre formaciones basálticas, tiene cuatro vías metálicas para meter y sacar otras tantas pequeñas embarcaciones.

Siguiendo por el camino que traíamos, subimos un poco hacia la carretera para bordear la loma que hay en la costa, y vamos a volver hacia la orilla al otro lado, bajando por una especie de ramblilla, con algunos pasos complicados, hasta llegar a la Cala de Las Sirenas, una pequeña calilla arenosa que es una preciosidad, con rocas claras por detrás y formaciones basálticas en el agua, que tienen su continuidad en los Arrecifes de Las Sirenas, que están justo delante. También enfrente, a menos de una milla en el mar, está escondida la peligrosa Laja del Cabo, que emerge a unos dos metros, rodeada de sondas de más de treinta.

Naufragios. Muchos han sido los barcos naufragados en estas aguas, y gran parte de ellos han chocado con la fastidiosa Laja del Cabo. Como ejemplo citaremos algunos: En 1613, chocaba con la laja la galera “Patrona Real”.
En 1900, los fareros tenían que atender, en el faro de Cabo de Gata, a 41 náufragos del vapor francés “Galatz”, perdido en el mismo bajo.
En 1904, la víctima era otro vapor francés, cargado de plomo, llamado “Lopollise”
En 1918, embarrancaba el vapor norteamericano “Brindilla”, cargado de gasolina.
En 1926, la Laja volvía a desfondar un buque francés, esta vez el “Namusco”.
Dos años más tarde, se hundía el vapor checoslovaco “Arna”, cargado de mineral de hierro. Su pecio es muy conocido y visitado por los buceadores de la zona.



   

Desde aquí vamos a volver al aparcamiento del faro y desandamos una pequeña parte de la carretera, unos 400 metros, hasta tomar otra carretera que sale a la derecha, justo detrás del restaurante El Faro, en dirección a la Torre de Vela Blanca. Pasamos junto al Aula del Mar y algunos chalets. Cuando hemos recorrido 1,1 kilómetros, desde que salimos del aparcamiento del faro, dejamos la carretera y tomamos un camino a la derecha, que pasa junto a un chalet vallado y con adornos en color añil, que dejamos a la derecha, y seguimos por el camino, dejando también a la derecha el saliente de Punta Baja. Poco más adelante, el camino se divide en dos, y tomamos el de la derecha, hasta una pequeña explanada, sobre Cala Arena, también conocida en la zona por la Cala de los Adoquines. La cala está muy cerca de donde hemos parado, y es una calita de arena muy fina y entrada progresiva en el agua, de unos 50 metros de largo. En el lado derecho está la ladera de Punta Baja, con formaciones basálticas en pequeñas columnas, que se meten en el agua con elegancia. Al lado izquierdo, aún lejana pero omnipresente, la Torre de Vela Blanca preside toda la zona desde su escarpado promontorio.

Volvemos al último cruce de caminos que tomamos antes y seguimos unos metros a la derecha, donde encontramos otra pequeña explanada, a 200 metros de la anterior, donde hay sitio para dejar el coche. Aquí podemos iniciar un recorrido a pie hasta Cala Rajá, siguiendo un caminito que va paralelo a la costa. Tras unos 100 metros, vemos una calilla que tiene dos partes, una bajada de ramblilla llena de bolos de piedra, a la derecha, y a la izquierda, tras unos peñones, otra parte recogida y arenosa, muy pequeña pero agradable para bañarnos.

Volvemos al sendero y enseguida vemos, desde arriba, una cala dominada por una gran roca redondeada, casi completamente blanca. Esta cala es bonita de ver pero mala para el baño, ya que casi toda está llena de piedras gruesas, con un pequeño respiro arenoso en la pared del lado derecho.

 

Fotos:
Formaciones basálticas en Cala Arena © MS
Cala Arena con Vela Blanca al fondo © MS
Cala con roca blanca entre Cala Arena y Cala Rajá © MS
Cala Rajá con Arrecife del Dedo © MS

Seguimos por encima de esta cala, por el caminillo paralelo a la costa, viendo, bajo la pared de Vela Blanca, el original Arrecife del Dedo. A nuestra derecha vamos dejando varias calillas, de difícil acceso y orillas pedregosas.

Cuando hemos andado unos 800 metros desde que dejamos el coche, aparecemos sobre la Cala Rajá, que tiene a su izquierda el puntiagudo Arrecife del Dedo. Esta cala está bastante abrigada por las paredes que la rodean y tiene varias zonas de rocas blancas, que contrastan con lo oscuro del resto.

Para bajar a esta cala hay que buscar la primera ramblilla. A la izquierda dejamos el aparcamiento de esta cala, al que se puede llegar por carretera. Seguimos la ramblilla que baja entre palmitos, y que enseguida toma color blanco, hasta el lado derecho de Cala Rajá, que algunos llaman Cala de la Paja. Esta cala tiene una zona de arena muy buena en el lado izquierdo, protegida por un peñón, y una parte más pedregosa en el lado derecho. Por el lado izquierdo de la cala puede subirse la ladera, para contemplar de cerca el Arrecife del Dedo. Más allá está la Cala de Punta Negra, inaccesible por tierra.

Este recorrido entre Cala Arena y Cala Rajá es un paseo corto, cómodo y muy agradable, que es recomendable hacer a pie. Para los que no puedan andar mucho, se puede llegar a Cala Rajá por la carretera que va a Vela Blanca. Después de Cala Rajá, la carretera asciende el monte y llega hasta la Torre vigía de Vela Blanca. A partir de ahí está cortada por Medio Ambiente, con una valla, y sólo hay paso a pie hacia las calas y playas de la zona de Mónsul.

Curiosidades. Desde siempre, en esta zona, se habla de una cueva que las leyendas populares suponen llena de piedras preciosas, no se sabe si acumuladas por los piratas o simplemente donadas por la naturaleza. Sea como fuere, se ha elucubrado mucho y en la zona hay muchas cuevas, pero, precisamente, esa quimérica gruta nunca termina de aparecer.
En 1733, Felipe Crame, que proyectó la torre de Vela Blanca, comentaba que en sus inmediaciones estaba el “tesoro del Cabo de Gata”.
En 1778, el irlandés Guillermo Bowles visitaba esta zona y, entre otras cosas, escribía: “La montaña del Bujo es donde está la boca de la caverna en que dicen se hallan piedras preciosas. Yo entré en ella en barco por su boca, que tendrá unos veinte pies de alto y de quince a dieciséis de ancho, pero no vi sino piedras rodadas gruesas como dos puños que las olas han redondeado a fuerza de batir las unas con las otras, porque el mar, cuando está alterado, entra furioso en la caverna.”
Por su parte, en 1805, Simón de Rojas Clemente, en su viaje científico por Andalucía, pasó por el Cabo de Gata y también tocó el tema: “En la Cueva de Cabo de Gata suelen esconderse lobos marinos que a veces han asustado y golpeado a los que han intentado entrar en ella. También sale de allí el Demonio y un Negro que han aporreado a sujetos que aún viven…”

Mario Sanz Cruz
Guía “Calas de Almería”