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Viaje literario por el Parque

Paco Luis García Cuenca (Almería, 1977), licenciado en Filosofía y Antropología, publicó su primer poemario titulado El Devenir en 1996 y ha participado en numerosas antologías y diversos certámenes poéticos, siendo galardonado por el Ateneo de Almería (2006) y “Arte Joven” en Melilla (2011). Pertenece al grupo “Etcétera”, fundado en esta ciudad en 2012. Se trata de una asociación de poetas integrada por docentes nacidos o residentes en Melilla. Uno de los proyectos en que participa se dedica a la creación de video-poemas en colaboración con el artista Rubén Hernández (Smantik) y compañeras/os de la Escuela de Arte y el Conservatorio de Melilla.

Foto: Cala San Pedro © Murielle Aufranc
 

Paco Luis colaboró en la antología Pérez Siquier. Al fin y al cabo (2008, CAF e IEA, Almería), coordinada por Antonio Lafarque y que, a modo de enciclopedia figurativa y lírica del Parque, recoge todo un intenso y extenso homenaje al mismo. Reproducimos el poema de Paco Luis.

San Pedro

Ya despunta el sol
sobre una caravana
cargada de alemanes con mapas del mundo.
Oblicuo y amarillo,
señor mostaza,
llena despacio las grietas de la sierra...
A veces parece que no pasara nada
pero, por debajo,
hierven
las entrañas del tiempo.
-Hace mucho se fueron
vestidas de negro
y en las ruinas habitan
los hijos pródigos-.
Ivonne tiende su manta de lagartos
en una cuerda vieja
atada entre dos pitas...
Su amante la besa
como si fuera un ciervo
y repasa sus curvas
de canto rodado.
El silencio y los grillos
invitan al desierto
y los acantilados parecen de Hitchcok.
Buscamos agua
en el vientre del castillo
y los niños juegan,
azorados y eufóricos;
henchidos de espuma,
contemplan los peces,
como si lo sublime les hubiera atravesado.
Anuska y yo
reposamos naranjas,
nuestras manos se inundan
de una paz de campanas,
y después nos miramos,
fijamente a los ojos
y acaricio en sus labios
una gota de agua

Esta estampa lírica, narrativa, con un final feliz sólo puede idearse en el secreto paraíso protegido por un castillo, como en un cuento de hadas, a las orillas del Mediterráneo. Ese mismo que flanquea la cala de San Pedro. La lírica provenzal, el canto al amor en un paraje idílico, donde el agua sacia la sed erótica de unos labios amantes mientras suenan campanas sumergidas en el blanco oleaje. Mediante esta exaltación el poeta dignifica la historia y su momento. La memoria (historia) no olvida a las viudas, las más recientes son las esposas de los mineros que fallecían, el cierre de las minas, el pequeño terreno comprado con sacrificio y la vivienda donde ahora viven “los hijos pródigos” (los hippies).

Frente a esa conciencia lacerante, se sitúa el devenir cotidiano de los hechos y Paco Luis nos va a situar en un amanecer (“Ya despunta el sol”) hasta el final íntimo de Adán y Eva en el paraíso: “reposamos naranjas”, “y acaricio en sus labios/ una gota de agua”.

En medio, el bullir del tiempo: la pareja de alemanes que gozosamente tienden su parasol “de lagartos”, preciosa metáfora para indicar la posición reptil al tomar el sol de los turistas; poco después el deseo, las caricias a las que invita una y otra vez esta mágica conjunción de mar, cielo y arena. De ahí que el poeta destaque una y otra vez la sensación de aislamiento, de desierto y paraíso cerrado mediante acantilados tenebrosos que recuerdan parajes del cineasta Hitchcok. Todo invita al aislamiento, al abandono y al goce.

Los niños “como si lo sublime les hubiera atravesado” contemplan los peces, la mar invita al descubrimiento y a la observación. Frente a los “hijos pródigos”, estos, los de ahora, se divierten “azorados y eufóricos; /henchidos de espuma”.

Gracias al poema la realidad se transfigura. Si al comienzo “parece que no pasara nada”, al final pasa todo; la caravana cargada de alemanes con mapas del mundo representa simbólicamente la turistificación actual, mientras en la segunda parte del poema las virtudes del Parque: el silencio y los grillos, el desierto, los acantilados, el castillo sólo podrán ser preservados desde una comunión amorosa bendecida por el agua. Ivonne y Anuska, las nuevas Evas serán responsables subsidiarias en la conservación de este edén que reciben como herencia, en tanto que el hombre, el amante, besa, como un ciervo, y repasa curvas “de canto rodado”; y el yo poemático corrobora “acaricio en su labios/ una gota de agua”.

Pero si algo merece completar este comentario se refiere a los puntos suspensivos (se escriben sólo tres puntos en dos versos). Signo ortográfico que debe figurar para evitar añadir más a lo dicho, porque no hay palabras, sólo sugerencia y silencio, es mejor callar. El poeta ha sabido resaltar dos versos mediante este signo: “llena despacio las grietas de la sierra...” (se refiere a la luz del sol irradiando sobre los farallones acantilados). Quienes conozcan estas costas y calas sabrán que las grietas predominan mayoritariamente, por tanto, hemos de sumar más montes y sierras. El otro caso es: “atada entre dos pitas...”, (el parasol, la manta de lagartos, la sombrilla), no son necesarios más detalles, sobran los menesteres domésticos posteriores (toalla, cremas, etc.), el silencio invita al reposo y al placer.

Esta es la imagen, cuadro y fotografía que Paco Luis dibuja con palabras certeras que recuerdan una instantánea luminosa al conocer, poblar o visitar esta emblemática cala y encontrar unos labios sedientos de amor, mientras por debajo “hierven/ las entrañas del tiempo”.

Miguel Galindo
Colaborador del equipo de redacción del Eco del Parque