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Los helechos del Cabo

Si nos piden que imaginemos cómo era la vida sobre la Tierra antes de la acción del hombre moderno, durante los momentos en que dejamos volar nuestra imaginación, para volver atrás en el tiempo, seguramente idearíamos o pensaríamos una Naturaleza más espectacular y exuberante de lo que vemos hoy. Suele ser bastante frecuente que al mirar un paisaje dejemos de lado los sentidos y prestemos siempre más atención a nuestra idea de perfección de la vida: el relieve que vemos lo imaginamos con sus árboles, animales, ríos y clima desenvolviéndose sin ningún estorbo. Más que otro tipo de plantas, los helechos de un sitio árido como el Cabo de Gata se prestarían a este juego.

Todo el mundo sabe que los Pteridofitos, más conocidos como helechos, son plantas que necesitan agua para completar su ciclo vital en la reproducción de los gametos, puesto que el anterozoide alcanza a la ionosfera en un trayecto exterior a la planta. El que haya al menos siete especies conocidas de helechos en el Parque puede hacer pensar que este espacio geográfico no sea más que un subproducto de un espacio geográfico más verdadero y profundo. Sin embargo, hoy en día en la geografía existe la tendencia a sustituir el antropocentrismo del paisaje, el pensar que todo es efecto de la actividad del hombre, por un sistema en que el ser humano es un actor más en una dinámica interactiva en la que todos los paisajes se cruzan y se mezclan para dar otros paisajes; algo así como los colores de la paleta de un pintor que hace y deshace con unos colores eternamente frescos.

Fuera de todo “marchamo” ecológico, la variedad de helechos representados en la comarca reúne especies antagónicas que, o son muy hidrófilas, como el culantrillo de pozo (Adiantum capillus-veneris.L), un tipo de helecho de distribución fundamentalmente americana; o son poco hidrófilas, como la doradilla (Notholaena lanuginosa.D), un helecho de ámbito circunmediterráneo. Esta falta de homogeneidad en las pteridofitas del Parque apuntala un poco más la idea de ese dinamismo que debe tener todo “espacio natural” y nos aleja del error de pensar que nuestros helechos están ahí como “agazapados”, entre las fisuras de las rocas de las montañas más altas del Cabo, con una ecología temporalmente rupícola, esperando a que desaparezca la sombra del hombre para tomar aquello que le pertenece por naturaleza.

Paco Ortiz